Un niño entra en una gasolinera llorando: "Papá, ay". Cuando se niega a que lo lleven a casa, el personal se da cuenta de que debe actuar con rapidez.

La historia comienza a continuación

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Era otro turno típico en la gasolinera hasta que una vocecita rompió la monotonía. Entró un niño pequeño, descalzo, con los ojos enrojecidos de llorar, murmurando: "

Papá, ay". No quiso decir mucho más y se negó en redondo a que lo llevara a casa. Estaba claro que algo no iba bien.

Lo que descubrimos a continuación puso mi mundo patas arriba y exigió una actuación inmediata.

Un poco de consuelo

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El chico se quedó de pie junto al mostrador de la gasolinera, mirando nervioso a su alrededor. Intenté ayudarle ofreciéndole algo de beber.

Hola, ¿quieres beber algo? Tenemos zumo de naranja, agua y refrescos", le dije con tono amistoso. Sus ojos se desviaron hacia la nevera y luego volvieron a mirarme mientras se mordía el labio.

Asintió ligeramente con la cabeza y aceptó el zumo de naranja que le ofrecí.

Una ansiedad tangible

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Dudó un poco antes de coger el zumo de naranja de mi mano, sus pequeños dedos rozando los míos. Al dar un sorbo, sus manos temblorosas derramaron un poco sobre su ropa, ya gastada y sucia.

No pasa nada, no te preocupes -le aseguré con una sonrisa. A pesar del percance, pareció relajarse un poco con cada sorbo.

Una resistencia silenciosa

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Intentando conectar más, le pregunté amablemente: "¿Cómo te llamas, colega?". Se limitó a negar con la cabeza con una callada obstinación y bajó la mirada, evitando el contacto visual.

El silencio pesaba entre nosotros, lleno de palabras no dichas. Sentí su incomodidad y decidí no insistir demasiado, respetando los límites que parecía haberse impuesto.

Inquietos por los nuevos rostros

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Mientras estábamos allí, entró un nuevo cliente, un hombre mayor. El chico se sobresaltó y su pequeño cuerpo se puso rígido como un ciervo sorprendido por los faros.

Se acercó a la estantería, utilizándola como una especie de escudo entre él y el desconocido. Sus acciones gritaban cautela, como si esperara lo peor de cada cara nueva que se encontrara.